El arte de hacer negocios
En ARCO, sobre ARCO, escuchamos muchas cosas, que
qué bien, que vaya mierda, que se nota un aumento de obra pictórica, que
se nota cierto abandono del compromiso político… En fin, a continuación
una selección de las cosas más bonitas, más curiosas, más raras o más
absurdas que nos encontramos en nuestra peripecia ferial.
Más que una exposición gigante,
ARCO es un lugar para hacer negocios, una feria, y como en las ferias
del Medievo, o en las ferias de ganado, o en el mismo Rastro, se respira
cierto ajetreo y se ve desfilar variopinta fauna. En concreto la fauna
de ARCO está formada por señoras entradas en años que se mantienen
atractivas y muy delgadas, mujeres jóvenes con corte de pelo a lo garçon,
artistas gafapastas o melenudos, pijos del barrio de Salamanca con
foulard, famosos, famosetes y celebrities de medio pelo, arquitectos
sexys, galeristas maduros con americana y pantalones morados, hipsters (cómo no), punks despistados y, en fin, el resto del común de los mortales.
Nos adentramos en la jungla de ARCO en la jornada del viernes, la
primera de puertas abiertas al público en general: los dos primeros días
están dedicados en exclusiva a los profesionales: galeristas, artistas,
periodistas, comisarios, asesores artísticos y, sobre todo y en
definitiva, a la figura que importa, al verdadero protagonista, a ese
oscuro objeto de deseo, al que mantiene todo este tinglado en pie y
corta el bacalao: el coleccionista. Por eso el viernes, cuando la mayor
parte del pescado está vendido, los galeristas ya están mucho más
tranquilos y, los que han conseguido colocar su obra, muchos más
contentos. A estas alturas ya se puede hacer un juicio preliminar de
cómo ha ido la feria en cuestión de ventas mirando los puntos rojos que
se colocan a lado de las obras vendidas. Y lo cierto es que, a falta de
resultados oficiales mientras se redactan estas líneas, muchos de los
galeristas se mostraban bastante satisfechos.
Antonio Lobo, coleccionista de arte
Imaginamos al coleccionista de
arte como un tipo con el riñón bien forrado, lo suficiente para invertir
miles o millones en obras y además pagarse el asesoramiento de un
especialista y los viajes por diferentes ferias que se dispersan por el
mundo. Alguien que el miércoles y el jueves no tenía que ir a la oficina
en Munich o Birmingham o en Serrano y podía estar tranquilamente en
Ifema paseándose entre cuadros, videos, instalaciones y otros
cachivaches sin nombre. Pero resulta que hay de todo en la viña del
señor. Nos enteramos asombrados por el suplemento que ABC edita para la
feria que cualquiera puede coleccionar: ahí está el caso de Antonio
Lobo, un coleccionista que vive en un piso de 35 m2 y que tiene un
sueldo medio normal, del que ahorra 300 euros al mes para dedicarlo a su
pasión estética. Su colección, llamada Etra, está configurada
por unas 50 piezas de arte del de ahora mismito: “Cuando miro un cuadro,
veo el viaje a París que han disfrutado otros”, asegura. Aunque ver
esas 50 piezas en un piso tan pequeño debe ser más bien como montarse en
un carrusel caleidoscópico.
El caso es que no queremos desanimar al personal, por eso explicamos
ahora por qué ustedes deben ahorrar lo que buenamente puedan e invertir
en arte. Pues porque, al existir demanda y no estar relacionado con los
mercados bursátiles, el arte es un valor bastante seguro en los
turbulentos tiempos que corren, que le puede servir para conservar su
patrimonio y, eventualmente, ganar un dinerito. A los que saben de esto
les gusta contar la metáfora de que la misma noche de la caída de Lehman
Brothers, en la casa de subastas Sotheby’s de Nueva York se batió un
record histórico con la venta de obras de Damien Hirst por un valor de
201 millones de dólares, aunque esto, si lo piensan bien, no quiere
decir nada. Lo que tal vez tenga más valor sea el 11% de rentabilidad
media que consiguió el mercado del arte en 2011 según el Financial Times,
frente a la atonía de los otros mercados. “Como la demanda no sigue los
ciclos de los mercados financieros, el arte cumple perfectamente el
objetivo de aportar diversificación, mantener una baja correlación con
otros activos financieros y, por tanto, mitigar el riesgo global de las
carteras”, según escribe Carmen Reviriego en su libro de reciente
aparición El laberinto del arte (Paidós).
"Los galeristas,
aparte de confusos,
andan algo cabreados,
porque la cosa no
es tan buena como
se esperaba"
El temita de la feria, y por
seguir con el tema pecuniario, fue la bajada del IVA para el arte (del
21 a 10%) que el gobierno (e incluso algunos integrantes del mundo
artístico) vendió como la panacea (en vista del desplome del 60% del
mercado nacional) y que resultó ser un bluf. Los galeristas, aparte de
confusos, andan algo cabreados, porque la cosa no es tan buena como se
esperaba: el 10% lo puede aplicar el artista pero no el galerista, lo
cual ha creado un sonado embrollo en el que nadie sabe exactamente como
gravar, y, además, según denuncian algunos, favorece la compra directa
al artista sin pasar por la galería. El tema fiscal es sumamente
importante en un mercado tan global como el artístico. Aquí competir con
galerías extranjeras menos tasadas resulta muy difícil: los
coleccionistas prefieren comprar allí donde es más barato, es decir, en
las de fuera.
Volviendo a la prosaica tierra: ARCO coincidió con el salón Aula,
dedicado al estudiante, por lo que el ambiente de Ifema era más bien de
macrobotellón sin alcohol, con toda la chavalería tirada por los suelos,
comiéndose el bocata por los alrededores del recinto ferial. Cabe
destacar el hecho de que las Fuerzas Armadas habían colocado un tanque
allí enfrente en plan golpe de Estado (cosa muy apropiada por la fechas)
pero con el inocente fin de enseñar a las tiernas mentes de la juventud
la belleza de las armas más poderosas y sofisticadas. Había también
bastantes jóvenes paseándose por la feria con la cara malamente pintada
de payaso asesino. Ignoramos la razón, pero tenía su gracia.
A modo de anécdota personal, quien esto firma sufrió un notable bajón
de tensión a mitad de la visita y un mareo mantenido durante el resto
de esta, que transcurrió a base de sobres de azúcar bajo la lengua. No
se sabe si fue provocado por el ajetreo y el calor, o por puro Síndrome
de Stendhal. Una prueba más de que el periodismo cultural también tiene
sus riesgos.
En ARCO, sobre ARCO, escuchamos muchas cosas, que qué bien, que vaya
mierda, que se nota un aumento de obra pictórica, que se nota cierto
abandono del compromiso político… En fin, a continuación una selección
de las cosas más bonitas, más curiosas, más raras o más absurdas que nos
encontramos en nuestra peripecia ferial.
Cada año en ARCO hay una pieza
icónica que, por curiosa o polémica, es la que más sale en los medios y
que, por lo tanto, es la que más expectación crea entre los visitantes.
Así, todo aquel que pasa por allí se fotografía con la obra que ha visto
en la tele, y suponemos que a cada clic de cámara se revaloriza la
pieza. Si hace un par de años lo que más trascendió fue el Franco metido
en una nevera de Coca Cola de Eugenio Merino titulado Always Franco,
y el año pesado lo que lo petó fue la frase “Ya basta hijos de puta”,
que escribió en una pared Teresa Margolles, este año el centro de
atención ha sido este señor oriental que ha traído la galerista Juana de
Aizpuru. La gente se arremolinaba alrededor de la figura, de Fernando
Sánchez Castillo, sacándole fotos de muy cerca para desesperación del
empleado de la galería que no podía darse un respiro en su tenaz
vigilancia. Por lo demás, si uno pasa por la galería bien vale la pena
saludar a la propia Juana, que fue quien hace más treinta años tuvo la
feliz idea de montar todo este lío que es ARCO. Por lo demás, con su
gran bagaje profesional, su pelo rojo espantado y esa leve palidez, es
en sí misma una obra de arte andante.
¡Hasta el recorte siempre!
Los mítines más kilométricos de
Fidel Castro, en la Plaza de la Revolución de La Habana, eran seguidos
por la atenta mirada de una icónica imagen del Che Guevara dibujada con
metal en la fachada del ministerio del Interior por el escultor Enrique
Ávila. Ahora el colectivo artístico cubano afincado en Madrid Los
Carpinteros hace una sátira con las misma técnica (una que ya usaron en
la ardiente instalación Candela, en Matadero Madrid) en la que el
retratado no es el guerrillero argentino sino la mismísima Angela
Merkel. Los Príncipes de Asturias, en su visita a la feria, se acercaron
al stand de la galería alemana Peter Kilchmann a rendir pleitesía.
En la galería de la célebre Helga
de Alvear estaban de buen humor. “La feria está yendo muy bien, hemos
vendido a españoles y a extranjeros, cosa que no esperábamos”, según
explica Violeta Janeiro. Esta obra de la coruñesa Ángela de la Cruz, a
la que le gusta jugar con la idea del “lienzo torturado” como elemento
escultórico, aunque en este caso la obra es de metal. “La anécdota es
que la artista se quedó embarazada hace cuatro años y tuvo un ictus que
la dejó en silla de ruedas”, dice Janeiro, “ahora tiene dificultades
para hablar, pero, aunque más lentamente, sigue produciendo, y muy
bien”. Toda una historia de superación.
En el mundo del arte hay que tener
muy en cuenta los conceptos. Por ejemplo, uno ve está obra, hecha con
material de oficina y piensa: vaya chorrada. Puede incluso que suelte
hasta el legendario: “pero si esto lo hace hasta mi niño en preescolar”.
Pero claro, luego cae uno en la cuenta de que la obra es una revisita a
Piet Mondrian y le empieza a coger el gustillo. Al final, mola, que no
todo tiene que entrar por el ojo, sino por el cráneo.
En esta obra pasa un poco como en
la anterior. Uno ve un montón de maderitas colocadas en el suelo, en el
espacio de la galería Anhava, y piensa que le están vendiendo la moto.
Luego se informa de que el artistas finlandés Antti Laitinen (Finlandia
era esta año el país invitado), taló una superficie de 10x10 metros de
bosque y clasificó sistemáticamente todo lo que encontró dentro. La cosa
cambia.
La maqueta del Fin del Mundo
Si ustedes son aficionados a las
maquetas o a los juegos de guerra como el Warhammer, les encantará esta
pieza alucinada. Se titula Ilusiones rotas y es del artista
cubano afincado en Mallorca Jorge Mayet, que lo ha fabricado con papel
maché, alambre y poliuretano. Sale por 20.000 euros. “De la aridez y la
destrucción surge algo de vida, de esperanza, son los elementos con los
que suele jugar el artista. La naturaleza como símbolo de la sociedad y
los peligros que la amenazan”, según explica un tímido representante de
la galería Horrach Moya, que prefiere no dar su nombre. Dan ganas de
colocarle encima unas figuritas de elfos y orcos.
La extrañeza (o indignación) que
provocan los cuadros monocromos viene de lejos en la historia del arte.
Hay quien vio en ellos el mayor radicalismo en la búsqueda de la pureza
artística y hay quien vio en ellos una solemne tomadura de pelo. Bueno,
aquí tenemos otro, de amarillo fluorescente, obra de Rosa Brun. “Ella es
heredera del minimalismo americano”, explica Daniel Cuevas de la
galería Pilar Serra, “a través de las formas geométricas y los colores.
Lo cierto es que es un arte más conceptual que utiliza muy pocos
elementos y, por ello, a veces puede resultar complicado que llegue al
espectador”.
El torero sin la flamenca
Esta obra de Curro Ulzurrun bien
podría colocarse en la tele junto a la folclórica, o eso pensarán los
extranjeros a los que eso de la Marca España no les suene de nada, como
segura y tristemente ocurrirá. Son huchas y se titulan I+d+i.
Cuestan 600 euros en la galería viguesa Trinta. “Tiene que ver con la
manipulación del lenguaje, en una época en la que nos tratan a todos
como unos zangolotinos”, explica el artista, “España ya no es un país,
es una marca. Ya no somos ciudadanos sino potenciales consumidores. La
universidad es una empresa. Nos van metiendo el lenguaje de la economía y
de la empresa y acabamos hechos unos zorros porque son mentira. La
figura del torero también me parece una cutrez”. Por cierto, ¿qué
significará zangolotino?
¿Recuerdan, una vez más, el chiste
de aquel que coloca un extintor en un museo de arte contemporáneo y hay
quien lo confunde con una obra? Pues ARCO está tan lleno de extintores
por todas partes que uno se pregunta si no los pondrán para confundir al
personal y no por el riesgo real de incendio, que no puede ser tan
alto. En cualquier caso, como se ve en la instantánea, hay quien no lo
tenía nada clar
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